martes, 10 de febrero de 2015

¿Cómo un judío ortodoxo se enamoró del béisbol y transmitió eso a su hijo?


Esta fue una dedicatoria que le realicé a mi papá cuando cumplió dos años de su partida y que comparto aquí.

Creo que Ramón Corro desconoce esto pero a él siempre le agradeceré haberme ayudado a lograr una de las mejores conversaciones que haya tenido con mi papá.

Fue la última vez que pudimos compartir una charla así antes de su temprana partida de la cual se cumplen esta semana dos años.




Por distintos motivos he tenido poco tiempo para hacerle un merecido tributo a quien es en gran medida responsable de mi pasión por el béisbol, el cual en lo personal se ha convertido en algo más allá que un juego. Ha sido la posibilidad de obtener oportunidades excelentísimas a nivel profesional y a conocer personas muy valiosas en mi vida.

Ramón, en aquella ocasión que lo conocí en una visita a Meridiano Televisión, con Jean Carlos Arias en 2009, me preguntó: ¿Cómo el hijo de una persona que nació en Israel es tan aficionado al béisbol?

Yo nací en Venezuela y, a pesar de que el béisbol es un sentimiento nacional, como me escribió una compañera de clases en estos días, fue mi papá quien logró que el este deporte me atrajera aún más que el fútbol, disciplina que reconozco me gustaba más a los ocho años de edad y la cual seguía con la misma pasión que hoy lo hago con el primer pasatiempo del país.

Él solía ser fiel seguidor de las transmisiones de Grandes Ligas que los fines de semana hacía Televen con John Carrillo, Beto Perdomo, Manuel Rodríguez y Carlos Feo. Y yo me acercaba a ver de que se trataba aquello por lo que mi papá sentía tanta empatía.

Esa simpatía para él nació en medio de la década de los sesenta cuando se reunía con sus vecinos del Parque Residencial San Bernardino a jugar pelotica e’ goma, aunque parezca mentira en un escenario ortodoxamente judío (mis abuelos provienen de Eslovaquia) pero influenciado por la cultura de nuestro país.

En esa charla que Ramón contribuyó a iniciar me explicó como hacía para poder saber los resultados de los partidos de entonces, sin toda la tecnología de hoy en día, además me enseñó como iniciaron las transmisiones radiales en el país y las reuniones con sus amigos en su casa para seguir los juegos.

Todo eso fue el prólogo para sus aventuras en la Universidad Central de Venezuela, su alma mater, allí pudo ver brillar a tantas estrellas como Antonio Armas, Víctor Davalillo, Urbano Lugo (padre) y sobretodo Luis Salazar, sobre quien siempre tuvo muy buenos recuerdos sobre su habilidad de dar imparables.

“Era una máquina”, recordó en aquella última reunión.

Aquella conversación fue el epílogo de innumerables enseñanzas que iniciaron cuando yo tenía ocho años, precisamente durante una transmisión de un juego por Televen cuando le pedí que me explicara de que trataba eso que tanto veía. Entonces me llevó a la cocina de la casa, agarró un lápiz y un papel, y detalladamente me enseñó los fundamentos y las reglas básicas del juego, al punto que me compró el primer libro de reglas de Bruno Eggloff, el cual aún conservo y con el cual aprendí a anotar.

Desde entonces todo cambió y guardé para siempre el balón de fútbol.

Sus enseñanzas no se detuvieron allí porque desde entonces me inculcó a valorar al máximo nuestro béisbol.

Desde la primera vez que me llevó al Estadio Universitario a un Caracas vs Magallanes hasta la mejor experiencia que he vivido relacionada a este deporte. La oportunidad que tuvimos de asistir hace trece años al lugar donde todos los peloteros sueñan con llegar en Cooperstown, Nueva York, y allí tomarnos una fotografía junto a la placa del gran Luis Aparicio, único miembro venezolano en el Salón de la Fama de Grandes Ligas.

A Ramón no pude explicarle muchas de estas cosas en aquel momento en Meridiano Televisión, la cual años más tarde se convirtió en mi casa y donde tuve la oportunidad de trabajar con algunos de los narradores y comentaristas que a los ocho años propiciaron que mi papá me transmitiera esa pasión que sintió por este gran deporte.

¡Gracias por todo papá!

Marcos Grunfeld

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