Esta fue una dedicatoria que le realicé a mi papá cuando cumplió dos años de su partida y que comparto aquí.
Creo que Ramón
Corro desconoce esto pero a él siempre le agradeceré haberme ayudado a lograr
una de las mejores conversaciones que haya tenido con mi papá.
Fue la última
vez que pudimos compartir una charla así antes de su temprana partida de la
cual se cumplen esta semana dos años.
Por distintos
motivos he tenido poco tiempo para hacerle un merecido tributo a quien es en
gran medida responsable de mi pasión por el béisbol, el cual en lo personal se
ha convertido en algo más allá que un juego. Ha sido la posibilidad de obtener
oportunidades excelentísimas a nivel profesional y a conocer personas muy
valiosas en mi vida.
Ramón, en
aquella ocasión que lo conocí en una visita a Meridiano Televisión, con Jean
Carlos Arias en 2009, me preguntó: ¿Cómo el hijo de una persona que nació en
Israel es tan aficionado al béisbol?
Yo nací en
Venezuela y, a pesar de que el béisbol es un sentimiento nacional, como me
escribió una compañera de clases en estos días, fue mi papá quien logró que el
este deporte me atrajera aún más que el fútbol, disciplina que reconozco me
gustaba más a los ocho años de edad y la cual seguía con la misma pasión que
hoy lo hago con el primer pasatiempo del país.
Él solía ser
fiel seguidor de las transmisiones de Grandes Ligas que los fines de semana
hacía Televen con John Carrillo, Beto Perdomo, Manuel Rodríguez y Carlos Feo. Y
yo me acercaba a ver de que se trataba aquello por lo que mi papá sentía tanta
empatía.
Esa simpatía
para él nació en medio de la década de los sesenta cuando se reunía con sus
vecinos del Parque Residencial San Bernardino a jugar pelotica e’ goma, aunque
parezca mentira en un escenario ortodoxamente judío (mis abuelos provienen de
Eslovaquia) pero influenciado por la cultura de nuestro país.
En esa charla
que Ramón contribuyó a iniciar me explicó como hacía para poder saber los
resultados de los partidos de entonces, sin toda la tecnología de hoy en día,
además me enseñó como iniciaron las transmisiones radiales en el país y las
reuniones con sus amigos en su casa para seguir los juegos.
Todo eso fue el
prólogo para sus aventuras en la Universidad Central de Venezuela, su alma
mater, allí pudo ver brillar a tantas estrellas como Antonio Armas, Víctor
Davalillo, Urbano Lugo (padre) y sobretodo Luis Salazar, sobre quien siempre
tuvo muy buenos recuerdos sobre su habilidad de dar imparables.
“Era una
máquina”, recordó en aquella última reunión.
Aquella
conversación fue el epílogo de innumerables enseñanzas que iniciaron cuando yo
tenía ocho años, precisamente durante una transmisión de un juego por Televen
cuando le pedí que me explicara de que trataba eso que tanto veía. Entonces me
llevó a la cocina de la casa, agarró un lápiz y un papel, y detalladamente me
enseñó los fundamentos y las reglas básicas del juego, al punto que me compró
el primer libro de reglas de Bruno Eggloff, el cual aún conservo y con el cual
aprendí a anotar.
Desde entonces
todo cambió y guardé para siempre el balón de fútbol.
Sus enseñanzas
no se detuvieron allí porque desde entonces me inculcó a valorar al máximo
nuestro béisbol.
Desde la primera
vez que me llevó al Estadio Universitario a un Caracas vs Magallanes hasta la
mejor experiencia que he vivido relacionada a este deporte. La oportunidad que
tuvimos de asistir hace trece años al lugar donde todos los peloteros sueñan
con llegar en Cooperstown, Nueva York, y allí tomarnos una fotografía junto a
la placa del gran Luis Aparicio, único miembro venezolano en el Salón de la
Fama de Grandes Ligas.
A Ramón no pude
explicarle muchas de estas cosas en aquel momento en Meridiano Televisión, la
cual años más tarde se convirtió en mi casa y donde tuve la oportunidad de
trabajar con algunos de los narradores y comentaristas que a los ocho años
propiciaron que mi papá me transmitiera esa pasión que sintió por este gran
deporte.
¡Gracias por
todo papá!
Marcos Grunfeld
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